El Big Mac no es el progreso

| lunes, noviembre 16, 2009

El otro día escribía sobre la huida de McDonalds de Islandia, y la espantada del monstruo de la hamburguesa me parecía bien, porque mi idea es que McDonalds es un puzzle fabricado en un montón de países, un despilfarro nacido de un sistema de comercio desbocado que corre precariamente sobre un mar de petroleo barato cuyos productos destruyen de forma acelerada nuestro medio. La ventaja del sistema es que podemos saborear la misma hamburguesa aquí y en Corea, la desventaja es que nuestros tataranietos cazarán ratas con arcos y flechas. Creo que el destino de los pobres tataranietos empezó a fraguarse cuando nuestros abuelos pensaron que comer puzzles era tan normal como que el neurótico del pueblo quemara cuatropecientos litros de queroseno en hacer un viaje espiritual a la India. Sus padres no habían sido más desgraciados que ellos o que nosotros por no haber podido zamparse un Big Mac o desplazar millones de toneladas de metal de un sitio a otro y quemar cientos de millones de litros de combustible en sus divertimentos y paranoias, fueron más infelices porque desconociendo la asepsia las mujeres morían al dar a luz, y sin antibióticos cualquier mozo podía espicharla por una ridícula caries. Pienso que el progreso no reside en poder degustar los puzzles de mil países o en ir cada vez a más sitios, cada vez más rápido, sino en evitar las enfermedades, conseguir que la gente obtenga trabajos dignos, una alimentación no mcdonaldiana, libertad para pensar y expresarse y la suficiente vida interior como para que su ocio no consista en cubrir de metano y dióxido de carbono el planeta a base de dar vueltas y vueltas a su alrededor con el avioncete por el puro placer de viajar o de zampar puzzles fabricados con millones de vacas. Al menos creo que eso debería significar de momento el progreso en un mundo inmerso en miles de catástrofes ecológicas y sumido en regímenes cuasifeudales de explotación y esclavitud donde impera la tiranía, el hambre y la miseria.

Si bien los tatarabuelos no consiguieron acabar con su medio de una forma tan frívola como lo hacemos nosotros de haber sido capaces lo habrían hecho exactamente igual de mal, porque nosotros seguimos siendo como ellos, y aunque utilizamos nuevas tecnologías mantenemos su mentalidad. Nos encontramos metidos de lleno en la revolución de la telepresencia instantánea y la mayor parte de la gente sigue atrapada en ideas dieciochescas sobre lo que significa relacionarse con el mundo, pero reconvertidas en industria de masas para solaz de una clase media que piensa en el "progreso" en términos de un futuro en el que el correo postal llegará aun más rápido gracias a globos propulsados por cohetes,  y no importa que ese camino finalizara con el ocaso de engendros tecnológicos como el Concorde, continuamos soñando con retrofuturos dignos de la Space opera, donde las batallitas de naves espaciales son como las de los biplanos de la Primera Guerra Mundial y la conquista del cosmos consiste en disparar hacia el vasto y hostil vacío del espacio capsulas con pedazos inteligentes de biosfera. Lo bueno de la crisis actual y de las catástrofes energéticas y ecológicas que nos amenazan es que, si no terminan con nosotros, acabarán con los restos de la sociedad más steampunk, y puede que nos conduzcan a otras formas de organizarnos y de vivir más prudentes y epicureas, a otras maneras de generar energía y desplazar materiales y personas más racionales, pragmáticas y eficientes.

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